15/1/13

Pure


◘ InooDai
♫ Pure - London After Midnight
♦ Basada en casi hechos reales, deseo un final así, juaz. Dedicado a mi Malasfachas, que aún teniendo un año y meses de no tener contacto con ella, la sigo queriendo demasiado, le agradezco tanto de lo que hizo por mi en momentos difíciles, y desearía que estuviera de nuevo a mi lado, ahora necesito tanto un empujón. CHAO.



Había perdido la razón de todo, de levantarse por las mañanas, de ir en el metro y después caminando hacia la escuela, de saludar a toda esa gente hipócrita de día, tarde y noche que se juntaba en los pasillos de todos los lugares, ya ni con sus compañeros a los que podía llamar “amigos” se sentía del todo bien. Nada, nada le hacía feliz, parecía sólo un muerto viviente, andando pero sin ninguna razón. ¿Cuándo había sido la última vez  que había sonreído con toda la intención y felicidad del mundo? ¿Cuál era la razón de todo eso? Pasaba horas preguntándoselo, tantas noches sin dormir, los ojos le pesaban incluso cuando más despierto se sentía… Y por supuesto que nadie lo notaba; él era la persona más feliz del mundo a los ojos de los demás, Daiki Arioka era conocido por tener una de las sonrisas más deslumbrantes, poderosas y hermosas de todo Japón, o eso era lo que todas las mujeres de instituto pensaban, ¿cómo era posible que alguien como él dejara de sonreír? Nadie se lo imaginaría. Pero su caso era ese.


Reflexionaba todo el tiempo; tenía demasiado pues se había vuelto callado. En su infancia no había tenido algún trauma grande, el único que podía recordar era el divorcio de sus padres a los cuatro años de su vida, había sido algo doloroso ver que en la escuela elemental todos los niños hablaban de sus perfectas familias y él no podía opinar nada, y era complicado, no lograba entender por qué tenía que pasar cada dos años la navidad con familias distintas. Sin embargo así creció y no le daba más importancia a eso, a pesar de todo seguía viendo a ambos padres, tenía buena relación con los dos, casa, comida, su propio cuarto, nada en particular que lo apartara de una vida decente.

¿La escuela? Siempre fue el que tenía buenas calificaciones, se llevaba bien con las personas tanto más jóvenes y hasta los adultos, solía luchar por lo que quería y sobresalía, aunque no le gustaba hacerlo mucho. Pasando el tiempo fue decayendo un poco, pero excusaba que era la adolescencia; los profesores dejaban de ponerle atención y por ésta vez él quería sobresalir enserio, pero nunca más lo notaron, dejó de esforzarse y siguió con su vida normal, seguía con buenas calificaciones.

Nunca supo en qué momento todo se detuvo, sacar buenas notas se volvió algo no tan importante, esforzarse menos, de hecho ya no lo hacía ni para hablar con la gente. Simplemente un día despertó y la luz no estaba más ahí, ya no lo acompañaba. Se empeñó a seguir adelante, año tras año se proponía volver a ser el mismo, algo faltaba y mientras más conversaba con la gente a su alrededor, más se iba alejando de su objetivo que ni él sabía cuál era.

Suspiraba, dolía tanto cualquier cosa que pasara, que lo llamaran inútil, los regaños que se llevaba de parte de sus padres por haber bajado en calificaciones, por pasarse todo el día encerrado, durmiendo, ¿pero qué más podía hacer? Todo lo intentaba, siempre ser el mejor hijo del mundo estaba en su cabeza, pero no podía lograrlo, pensaba que ya nunca podría serlo de nuevo. Ni el mejor estudiante ni el mejor amigo. Llevaba un gran peso sobre la espalda, y aunque dejara de hablarle a sus “amigos”, ellos jamás lo buscaban, quizás no les importaba tanto como para hacerlo, total, no era indispensable, era un inútil. Ahora no solo eran los profesores quienes lo ignoraban, también ellos, cuando salía: los meseros, taxistas, choferes, secretarias; para todo el mundo parecía ser invisible, incluso, por primera vez, para sus padres, no pedían más su opinión hacia las cosas y simplemente hacían con él lo que querían, lo que debía comer, vestir, cómo arreglarse, llevarlo a lugares que nunca le gustaron, separarlo de las únicas cosas que le mantenían tranquilo. Nunca jamás recibió un abrazo, palabras de compasión, agradecimientos, despedidas, nada, y él a su vez había dejado de hablar.

Hubieron varias personas que se acercaban a él, logró tener dos parejas durante cinco años, pero ninguna había durado, tan de prisa como habían llegado se habían esfumado; claro, ¿quién querría convivir con alguien que está prácticamente muerto y nada puede aportar? También era inútil para eso, no podía hacer feliz  nadie y hasta terminaba con la felicidad de los demás… Estaba solo, ni familia, ni amigos, ni mascotas, ni conocidos. Sólo libros, libros y más libros, porque ya ni la música le llenaba como antes.

Así era, años y años de lo mismo, se cansó de tantas críticas de los demás y fue cambiando a sus gustos, hacía esto, el otro, sólo para poder hacer feliz a sus pares, profesores, compañeros, parejas de rato; para los demás volvía a ser la persona más feliz del mundo, se veía alegre, amigable, y todo eso dolía más que nada, ser alguien que no eres para que te acepten, tener que cambiar a lo que dicta la sociedad sólo para que te dejen tranquilo por un momento. Dolía tanto que ya ni llorar le desahogaba.

Una noche, después de aguantar sermones de su padre acerca de lo que le deparaba el futuro; tenía por herencia la firma de su coctel de arquitectos, por lo tanto, sería uno. Nunca le preguntó lo que pensaba, lo que quería, lo que sentía, eso era y se acabó, según él, no serviría para nada más y tenía que darle el gusto, ya había pagado su entrada a una de las universidades más prestigiosas de Tokio, no podía decir que no. Últimamente se había vuelto tan frágil por todas esas cosas, ya había tenido suficiente de que su voz no tuviera más volumen y que sus metas hayan desaparecido. Cansado de llorar, se levantó de la cama y se dirigió a su escritorio, prendió la luz y de un cajón, luego de buscar y rebuscar encontró un cuadro de aluminio, de él sacó un bisturí nuevo, más afilado que cualquier cosa existente. Lamió sus labios, alzó un poco el short de pijama que vestía y rozó apenas la hoja afilada contra la pálida piel de sus muslos. A los pocos segundos un líquido rojo y caliente comenzó a escurrir en línea; uno, dos, hasta seis rasguños hizo en el muslo derecho. Vaya que dolía, ardía más que nada, pero su llanto había cesado, las endorfinas a causa del dolor le iban tranquilizando el pensamiento y sólo se limitó a pensar en ese ardor y la sangre. Volvió a lamerse los labios, limpió un poco la navaja e hizo lo mismo en el otro muslo, sólo dos rasguños, un poco más profundos que del otro lado. Antes de que las gotas cayeran al suelo y mancharan la alfombra, corrió al baño, ya su padre dormía, por eso lo hizo tranquilo. Se limpió, lavó bien la cara y regresó a la cama, aprovecharía esa sensación de paz para dormir.

¿Cuántas veces lo había hecho durante un año? Ya había perdido la cuenta, pero nunca se había excedido tanto, por lo que cicatrices tenía pocas en los muslos y unas muy ligeras en las muñecas, esas podrían pasar por rasguños de gatos. Seguía una vida normal, ya le daba igual estar en esa escuela que no le llenaba en lo absoluto, con personas que sólo les interesaban los edificios para la gente adinerada, ¿dónde había quedado la pasión por leer, por saber de la vida, de lo que hay más allá, de tantas cosas espirituales? Estaban vacíos, según él, pero aun así, se había vuelto tan hipócrita como ellos. Nadie conocía lo podrido y oscuro que estaba por dentro, que cada noche lloraba hasta quedarse dormido, que el odio que sentía por todos iba incrementando, la culpa por cada regaño, cada mal humor de los demás, por todo, que cada cierto tiempo, cuando ya no soportaba más, sangre corría de sus muñecas, muslos.

Del otro lado del edificio, algunos semestres más adelante que Daiki, había un chico en especial, a la vista de todos sería uno más, no sobresalía demasiado, excepto en las calificaciones, era el más inteligente de toda su generación, pero en físico era uno más: alto, delgado, tez blanca, pelo negro; aunque había un detalle, era más fino, parecía que flotaba al caminar, pero sobre todo sus dedos tocaban la melodía más hermosa en el piano. Aunque en éste mundo materialista eso nadie lo veía y nadie valoraba ya, sólo Daiki, había colocado su atención en ese joven, Inoo Kei, de octavo semestre. Todos los días aguardaba una hora después de clases para ir al salón de música, sentarse afuera y escucharlo tocar el piano, eran de las pocas veces que se sentía tranquilo, desde que comenzó con ese hobby dejó de cortarse, ya llevaba meses sin hacerlo. También iba a la sala de presentación a ver las maquetas hechas por él, lo admiraba y gracias a él agarró cierto gusto a esa carrera, más después de haber asistido a un congreso donde él dio una plática sobre hacer edificios más resistibles a los terremotos.

Hablaban poco pero Daiki nunca se abrió demasiado para hacerse más cercanos, pero esos momentos le caían de maravilla. Sin embargo no todo puede ser perfecto, su madre se casó de nuevo y tuvo que irse a vivir con su padre pues ella formaría otra familia con su ahora esposo. La vida con su padre era mucho más difícil, exigía demasiado, trabajos que podían hacerse por tres hombres se los encargaba a él solo y en poco tiempo, por ende nunca eran tan perfectos como él los requería. Siempre le criticaba todo, no existía el libre albedrío y libertad de expresión en esa casa. Volvía a odiar todo, a deprimirse por el abandono de su madre, regresó a hundirse en su depresión, de nuevo no era bienvenido en los círculos sociales, dejó de comer, muy apenas y caminaba por los pasillos de la universidad. Nadie recordó su cumpleaños número veinte, fue un día más para todos, lo único que le motivaba era el ser mayor de edad y poder salirse de la casa de su padre, pero mientras más buscaba trabajos, menos lo aceptaban, quizás desprendía tanta aura negra que no querían que los negocios decayeran por las malas vibras. Estaba tan cansado de todo, de todos, que no pudo esperarse si quiera a llegar a su casa, no; en el mismo baño de la escuela después de escuchar la melodía que Kei tocaba en el piano y que esta vez no pudo con su depresión, sacó el sacapuntas, desatornilló con ayuda de una regla el tornillo que fijaba la navaja con la base de metal, limpió con agua y jabón y se encerró en el último cubículo del baño. Se quitó el pantalón y saco, aventó todo y quedó sentado en el suelo recargado a la pared, lloraba porque no podía contenerse más, ahora si había perdido el hilo de todo, no quería más estar ahí, no le veía razón a la vida. Dos cortes, la sangre ahora era mucho más oscura que las otras veces, lo que indicaba que lo había hecho más profundo. Cerró los ojos y suspiró, intentaba calmar el llanto pero no podía, necesitaba más dolor físico, continuó, sus muslos y piso quedaron bañados de sangre, en sus antebrazos se dibujaban largos y rojos rasguños con finas gotas de sangre, cortó y cortó por todos lados hasta que la puerta del cubículo se abrió de golpe, sus lágrimas no lo dejaban ver, pero una sobra blanca apartó la navaja de sus manos, lo separó de la pared y lo abrazó con toda la fuerza del mundo; se sentía tan suave y cálido, algo que había olvidado por completo. Rompió en llanto, ya ni tenía qué preguntarse quién era quien lo abrazaba, con su aroma y delgados brazos pudo reconocer a Inoo Kei, y lo abrazaba con tanta fuerza que le daba la confianza de seguir llorando hasta que no pudiera más. Así fue, sólo bastaron pocos minutos para callar y escucharlo hablar:

-No te puedes hacer daño, no puedes desear morir, no puedes dejarme solo.

Se apartó de él mirándolo con los ojos húmedos, Kei se levantó y sacó una botella de agua y pañuelos desechables, limpiándolo con delicadeza como si Daiki fuera de porcelana y se fuera a romper si ejercía más presión. Cuando la sangre dejó de brotar, Kei lo vistió, se arremangó las magas y le mostró los antebrazos y muñecas a Daiki, lucía cicatrices iguales a las suyas pero seguramente con más años.

-¿Por qué? – Preguntó acariciándolas Daiki en un susurro.
-Porque también me sentía solo como tú, por esto, por lo otro, después descubrí la música y todo se calmó.

Siguieron hablando, más tranquilos, abandonaron el baño y después el edificio, encaminándose hasta la casa de Daiki. Kei, desde un principio, había notado la soledad y depresión en Daiki, se había dado cuenta también de que lo escuchaba tocar, por eso lo hacía más a menudo  y lo más alegre que podía, pero sabía que ese día algo andaba mal y lamentaba haber llegado un poco tarde para impedirlo hacer aquello, sin embargo llegó a tiempo para impedir algo más grave.
En la puerta volvieron a abrazarse, a ambos les quedó en claro que no estaban solos por más difíciles que se vuelvan las cosas, ya se tenían el uno al otro, no había hipocresía entre ellos y se comprendían, sabían que un abrazo y una sonrisa sincera era lo más valioso en el mundo.

1 comentario:

mabelucome dijo...

En un hecho real? D: Es triste!! >_<
El final fue muy bonito y como siempre, amo tu forma de escribir y lo sabes que eres de mis favoritas, la reina del Inoodai *//////*
Espero que no estés tan triste, cortarse es malo y encima se queda la marca >_> Hay que conseguir un final bonito como este, que Daiki deje de torturarse asi porque aunque él piense que no hay nadie, siempre hay alguien a quien le importa